El vagabundo
Alguien
está golpeando a tu puerta, (se dijo a si
misma, como si fuera su conciencia quien le hablara). Y la voz interior
continuó: Sé que estás escuchando esos golpes, aún cuando sigas sentada en ese
antiguo y cómodo sillón, como si nada estuviera ocurriendo. Los pájaros
silenciaron su canto cuando los golpes interrumpieron la magia de aquel
silencio, los perros pararon sus orejas y levantaron sus narices tratando de
olfatear algún peligro, pero no se movieron,
seguían echados a sus pies, pero ella no se inmutaba, como si solo fuera el
sonido del viento.
Alguien esta
golpeando a tu puerta, (le volvió a
repetir su voz interior). Laura abrió los ojos lentamente y se dejó caer
lentamente en el mundo exterior. Los golpes en la puerta se repitieron, y
entonces trató de intuir quien llamaba. A través del sonido, fue imaginando
algunos rasgos de la visita. Sabía que era un hombre, lo fue dibujando en su
mente parte por parte, sintió que era un tipo calmo porque sus golpes eran
firmes, pero no violentos.
Otra
vez la voz le dijo: Alguien esta
golpeando a tu puerta, alguien que está buscando un remanso donde cerrar los
ojos sin miedo, descansar de largos y polvorientos caminos, lavar sus ropas
hecha jirones, curar heridas que le dejó la batalla por escapar de la Tierra de los Recuerdos,
saciar su sed, es un vagabundo sin
rostro, que lleva tatuado en su cuerpo el mapa de mil caminos, en sus manos
melodías que hablan lenguajes sin palabras y en sus palabras historias con las
que podrías cruzar sin tiempo cien noches a la luz de las llamas de un fuego
que abrigue inolvidables momentos. Alguien esta golpeando a tu puerta, no tengas
miedo, confía en tus instintos, dejalo entrar, recostarse lentamente bajo la
sombra perfumada y fresca del tilo más alejado de tu Jardín de los
Sentimientos, dale agua fresca en la
Copa de los Afectos, y tendrás en sus historias, largas
noches de incienso.
En
ese momento, entendió que algo inmensamente particular le estaba ocurriendo,
sintió que en este punto, empezaban a mezclarse dos historias que caminaban una
al lado de la otra, pero sin tocarse, dos historias que transcurrían en el
mismo tiempo y lugar, pero que pertenecían a mundos diferentes.
Laura
tenia entonces, veintisiete años, veintisiete muy particulares años, que había recorrido
a los ojos de todo mundo conocido, como la edad de cualquiera de sus amigas,
pero que interiormente, ella había padecido en silencio, padecido dolores,
ausencias y carencias que nunca supo identificar, a las que nunca supo ponerles
nombre, o tal vez nunca quiso enfrentarse con esas realidades que en silencio dolían
allá adentro, muy adentro de su ser, en esos profundos y oscuros rincones adonde
prefirió durante todo ese tiempo, no entrar, para no manosear esos temas que
siempre duelen y que son tan difíciles de enfrentar. Estudiaba cine desde hacia
cuatro años, después de haber pasado por Psicología en la UBA , carrera que había
abandonado cuando empezó a verse a si misma, como en un espejo de rayos X que
mostraba su interior, aquel que prefería ni mencionar, y entonces empezó a
temer que esos rincones salieran a la luz. Rápidamente colgó la facultad, y
optó por dedicarse a temas más livianos. Cine fue una buena opción, porque le
dio la oportunidad de sacar esas historias al sol, disfrazadas de guiones
cinematográficos, así podría exponerlas sin que nadie notara que eran propias,
solo serían historias imaginarias, y además esto le daba la oportunidad de que
otros opinaran libremente acerca de ellas, sin compromiso alguno, mientras ella
aplicaba todo su saber psicoanalítico para estudiarse y conocerse a sí misma y
de algún modo quitarse todo ese enorme peso que arrastró por años.
Los
golpes en la puerta fueron el comienzo, el punto donde aquellas dos historias
que corrían por caminos paralelos, empezaron a juntarse en una sola calle de
una sola mano, ese fue su presentimiento en ese instante, fue justamente cuando
entre sueños recorría el guión que estaba bocetando, que el personaje
imaginario golpeó la puerta de su mundo real, la puerta de aquel jardín que
daba a los fondos de su casa, y que tenia una puerta lateral que daba a una
calle de tierra de aquel tranquilo barrio de City Bell, donde vivía con sus
padres, pero que era más su casa que de la familia, ya que la mayor parte del
tiempo estaba allí intensamente sola. La parte trasera de la casa de dos
plantas, tenia una suerte de deck, que alguna vez intentó ser el comienzo de un
quincho, pero que quedó en esa instancia. Un césped prolijamente cortado de
verde intenso bañaba todo el jardín. Sobre la derecha del terreno, un largo
cantero contenía una agradable variedad de plantas que daban pequeñas flores de
las que nunca supo sus nombres, pero que enmarcaban aquella imagen que le daba
un espacio impecable para dejarse estar, para abandonarse desprendiéndose de
todo tiempo y espacio, y que aprovechaba cada vez que podía. Al final del
terreno, en la parte más alejada de la casa, tres hermosos árboles le ponían
fronteras a su mundo, un paraíso, un pino y un frondoso tilo, que desde
principio de diciembre hasta principio de marzo, perfumaba con sus pequeñas
flores casi blancas.
Las puertas del jardín....
....
se abrieron suave, tímidamente. Nada parecía haber cambiado en un primer
momento. El Vagabundo pidió permiso para entrar y se lo dió.
Con
paso lento, casi flotando sobre el césped, sin siquiera dejar huella alguna
tras sus pisadas, se dirigió a sentarse bajo la sombra del árbol más frondoso.
Se sabia incapaz de interrumpir aquella aparente calma que reinaba en el lugar.
Los perros ni siquiera lo miraron al pasar junto a ellos, y ningún pájaro cesó
su trino. Eso fue una señal para la Princesa, un signo de confianza que supo
apreciar y que el Vagabundo agradeció en silencio.
Volvió
a su cómodo sillón, acomodó su larga cabellera negra a un lado de sus hombros,
apoyó mansamente su cabeza sobre el respaldo y volvió a cerrar los ojos, tal
como si nada nuevo hubiera ocurrido, como si fuera cualquiera de tantas tardes.
Pero algo, en su maltratado mundo interior, algo distinto a lo cotidiano, se
había instalado en un apartado rincón, uno de esos espacios de su mundo, que
hacia muchísimo tiempo nadie visitaba. Solo parecía un soplo de aire puro que
se había colado al abrir aquella pesada puerta que por años había permanecido
cerrada.
Ese
acto, la hizo inspirar profundamente el aire fresco de aquel invierno, y en esa
inspiración alcanzo a percibir el perfume de unas pequeñas flores que habitaban
su jardín desde siempre, pero de las cuales ya había olvidado su aroma.
Una
sonrisa no dibujada, una imperceptible muesca que no alcanzó a mover ninguno de
sus músculos, la llevó de la mano a caer en el Mundo de los Sueños, al que
entró casi con ansiedad, como un sediento se lanza sobre un cántaro de agua
fresca luego de un largo y penoso viaje.
El
País de las Sombras
Abrió los ojos a la
mitad de una inspiración abrupta, uno de esos espasmos que solemos tener cuando
nos sorprendemos o nos asustamos, y no era para menos, ya no estaba en su
sillón, ni en su jardín, ni siquiera en su casa.
El
lugar estaba totalmente a oscuras, no se podía percibir absolutamente nada, a
tal punto, que en un momento pensó que se había quedado ciega. Sus manos
relativamente pequeñas y muy blancas, tantearon el suelo a su alrededor, y a la
vez que sentía una sensación de asco por la intensa humedad que reinaba, aspiró
un nauseabundo olor. Inmediatamente notó que estaba al aire libre, las mojadas
y frías hojas sobre las que estaba sentada, le decían que aquel árbol llevaba
larguísimos años sin ver la luz del sol a la altura de las raíces que parecían
emerger de la tierra, y sobre una de las cuales estaba apoyada.
Poco
a poco empezó a escuchar los sonidos del lugar. Había movimientos de ramas
batidas por una suave brisa que corría pesadamente. Era un aire cálido y
maloliente. Entendió que se trataba de un bosque o algún lugar parecido, y eso la sobrecogió más aún, sobre todo porque
no podía siquiera imaginar como podía haber llegado allí.
Después
de unos minutos de incertidumbre, su mente comenzó a aclararse, y si bien no
podía sobreponerse al temor a la oscuridad total, intentó ordenar sus
pensamientos tratando de hacerse una composición del lugar en donde estaba, sin
siquiera intentar saber el por qué. Intentó pararse, pero no quería investigar
ni un milímetro mas de ese espacio totalmente desconocido, sin estar segura de
donde estaba, así que decidió mantenerse alerta, a la espera de que la luz del
día, le diese algunos parámetros más para intentar entonces volver a casa, que
en ese momento era lo que mas deseaba.
Se
quedó dormida, pero nunca supo cuanto tiempo pasó hasta que una voz grave y
extraña la despertó. Abrió los ojos en medio de un bosque intensamente húmedo.
Escasos rayos de luz dejaban filtrar las frondosas copas de árboles centenarios
de enorme altura. Bajo esa aparentemente eterna penumbra, crecían plantas de
hojas anchas de un verde profundo por las que se deslizaban gotas de humedad
hasta caer por los bordes. Largas lianas pendían de las ramas más altas. La
variedad de colores era bastante escasa. Una bruma espesa lo envolvía casi
todo. Remarcando los contraluces con los pocos hilos de luz que se filtraban
desde las alturas. Un batir de alas de aves despertándose, le decían que en lo
alto de los árboles, el sol seguramente creaba otro ambiente de vida distinto
al que existía en el suelo.
Aquel
lugar distaba mucho de ser su jardín, ni ningún otro lugar antes visto, pero
sin embargo una sensación de familiaridad la envolvía, aunque no alcanzaba a
comprender la razón de esta sensación.
Había
supervivido a tal cantidad de sorpresas en sus últimas horas, que ya empezaba a
acostumbrarse a la idea de estar allí. Pero había olvidado aquella voz que la
despertó, y se sentía demasiado intrigada por ello, por lo que se incorporó
casi como en un mecanismo de defensa, no sabía si estaba corriendo algún
peligro, o si aquella era una voz amiga, pero esa incertidumbre duró
verdaderamente poco tiempo, porque después sobrevino uno de sus mas extraños
momentos, y fue cuando esa voz volvió a romper el silencio, y descubrió que
quien le hablaba era una enorme y brillante rana, que parada sobre una de las
raíces del árbol bajo el cual despertara, le decía con tono grave:
- Buenos
días Princesa!.
Enmudeció
por un instante, retrocedió dos pasos y estuvo a punto de caer de espaldas,
hasta que logró contestar con voz entrecortada y temerosa:
- ¿Y...,
y ... quien eres tu?!!!
- Imagino tu
sorpresa, pero no es momento de explicaciones, solo sígueme, en el camino
hablaremos.
De un salto, la rana bajó de la raíz
en que estaba, y se dirigió hacia la espesura. En un primer momento, la
Princesa se quedó como petrificada, pero pensó que prefería arriesgarse a
seguirla a quedarse sola en aquel extraño lugar.
Abriendo
la espesa vegetación con sus manos, se fue haciendo camino tras la rana. La
sensación de asco la perseguía en los primeros tramos, no quería tocar esas
hojas pegajosas, temía que algún animal, o algún insecto la amenazara, pero no
quedaba otra salida, así que caminó tras el extraño ser.
Luego
de andar un corto tiempo, pero sin detener su paso, la rana habló:
-
Se que lo que vas a
escuchar, parecerá increíble en un principio, pero te pido que aceptes algunos
preceptos sin intentar acomodarlos al mundo del que vienes, solo acéptalos tal
cual te los digo, luego se irán aclarando con el tiempo.
-
Qué es este lugar,
(preguntó la Princesa). En dónde estamos, como llegué aquí, que es eso de “el
mundo del que vienes”?
-
Paso a paso. No
estoy en condiciones de darte todas las respuestas. Soy solo un emisario del
Profeta, he venido por ti, y mi misión es llevarte ante El. Vamos a andar un
par de horas antes de llegar, solo te pido que confíes en mi, que no dudes de
mis consejos, y fundamentalmente, que abras tu mente, que te quites los
prejuicios y preceptos con los que has vivido hasta el día de hoy, solo así
podrás comprender lo que está ocurriendo, solo así podrás salvar a tu espíritu
de morir en El País de las Sombras y solo así podrás volver a tu jardín y
recuperar tu vida tal cual la tenías antes de los acontecimientos que te
trajeron hasta aquí. Si eres capaz de todo esto, tendrás una vida larga y
feliz, en caso contrario, el resto de tus días serán un penoso camino, plagado
de tristeza y desolación. Tú eliges.
La voz grave y cavernosa de la enorme
rana, hablaba de extrañas e incomprensibles historias, pero a la vez, ese tono
calmo con que todo lo decía le daba un cierto aire de confianza.
Temerosa
y desconcertada, necesitaba aferrarse de algo que le diera una esperanza, un
hilo que por delgado que fuera, le permitiera terminar cuanto antes con aquella
horrible situación por la que estaba pasando, así que decidió no cuestionarse
demasiado, y seguir los consejos del pegajoso animal.
El
calor y la humedad del lugar, comenzaron a hacer efecto en lo que fuera su
siempre impecable imagen. La transpiración ganó su cuerpo entero, y sus
vestidos ya eran un harapo, sucios y desgarrados por el paisaje. Su pelo, que
tanto cuidara siempre, era una sola mata de revueltos y sucios cabellos. No le
importó todo esto, con tal de saciar su enorme ansiedad por comprender.
Al
cabo de un largo rato de andar, la espesura y el ambiente, le habían quitado
casi la totalidad de su energía, las piernas comenzaron a acusar el esfuerzo, y
en algunas ocasiones en que debió sortear algún obstáculo del camino, estuvo a
punto de caer. Solo su fuerza de voluntad se mantenía intacta.
Le
pidió a la rana, detenerse un momento para recuperar fuerzas, pero esta se
negó, no había demasiado tiempo para perder, este asunto debía resolverse antes
de que entre el sol, y eso ya de por sí, era poco probable, así que le pidió
que hiciera un esfuerzo, y continuara.
El
paisaje presentó a lo largo del camino, muy pocas variantes, en algunos tramos
el bosque se abría solo para dejar pasar unos pocos rayos mas de sol, pero no
lo suficiente como para que cambie el pesado ambiente que lo envolvía.
La
siguiente media hora de camino, fue mas dura aún, porque a pesar de que poco a
poco, la vegetación fue haciéndose más rala, y el aire mas seco, aunque
igualmente caliente, sus fuerzas se iban cayendo abruptamente, sus pasos ya eran
erráticos, indecisos, inseguros, sus brazos plagados de sangrantes rasguños
hechos por las ramas que se había visto obligada a apartar para abrirse camino,
y de sus vestidos, ya poco quedaba.
Su
mente había pasado del estado de temor, a una profunda sorpresa, y de una
intensa ansiedad por comprender, al de entrega total. Ya ni se preguntaba hacia
adonde estaban viajando, quien era el Profeta, ya no había preguntas por
responder, solo el simple deseo de detenerse y dejarse caer a la sombra de
algún árbol, beber un poco de agua fresca y quedarse allí sin importar lo que
pasara.
Detrás
de unos matorrales que logró cruzar con lo poco que quedaba de voluntad en su
mente, el bosque llegó a su fin sin previo aviso, y un rayo de sol pegó
directamente en sus ojos encegueciéndola. Había pasado ya mucho tiempo en la
penumbra y su vista se había acostumbrado a ella. Cuando logró recomponerse, la
imagen ante sus ojos, era una enorme sabana de pastizales altos y amarillos.
Solo algunos árboles de no mucha altura, copas abiertas, planas y amplias. Al
fondo de esta imagen, una cadena de montañas de mediana altura, recortaban un
cielo azul y despejado.
No
pudo con su voluntad, y sus piernas se aflojaron sin pedirle permiso, se
arrodilló sobre la hierba y se dejó caer sin más. La rana que siempre andaba
varios metros delante suyo, que nunca se detenía ni se daba vuelta para ver si
aún la seguía, percibió este final, y retrocedió sobre sus pasos. Se quedó
quieta y callada, apoyada en sus patas traseras, la dejó reposar, recuperar un
poco de fuerzas, sabia que le estaba pidiendo un enorme esfuerzo.
La
hierba seca y amarillenta, calentada por el fuerte sol que iluminaba la
planicie, se convirtió en preciado colchón aplastada por el peso de su delgado
cuerpo. Con los brazos cruzados bajo su cabeza a modo de almohada, y el cuerpo
totalmente extendido, cerró los ojos y agradeció sin palabras al extraño
animal, por el descanso que le permitía.
Tardó
un corto tiempo en recuperar el aliento. Volvió a abrir los ojos, levantó la
cabeza y con la mirada buscó a la rana, que permanecía muda e inmóvil a escasos
centímetros suyo. Intentó una sonrisa de agradecimiento, pero sus labios
parecían sellados. Pensó en principio que el cansancio era demasiado, así que
lo intentó nuevamente, pero los músculos de su cara estaban petrificados, hizo
un esfuerzo por arrancarle una sonrisa a
su rostro, pero nada. Sintió un extraño frío correr por su interior, una suerte
de indiferencia ante la situación. Su corazón deseaba esa expresión, pero su
cuerpo no respondía. Con mano temblorosa se tocó los labios, estaban fríos,
casi helados, la piel reseca y adivinó la expresión en su cara, inmutable,
gélida.
Intentó
no darle importancia al hecho, pensó que tal vez era el cansancio, la enorme
cantidad de extrañas sensaciones por la que había pasado desde que despertara,
pero en el fondo sabía que había algo mas detrás de todo esto, y esa certeza le
causaba un afilado temor.
Se
levantó casi de un salto, y le pidió a la rana que continuaran el camino,
deseaba terminar con esta historia lo antes posible.
El Profeta
De un salto, la rana
se dio vuelta y comenzó a andar con su paso imperturbable, el mismo que llevara
por todo el camino, siempre el mismo ritmo, inmutable, imparable, incansable.
La Princesa la siguió esta vez con paso sostenido, sin quejas. El deseo de
aclarar su desastroso presente la llevaba de la mano, le daba las fuerzas de la
que su delicado cuerpo carecía.
Al
comenzar la marcha, las montañas parecían un objetivo cercano, rápidamente
alcanzable, pero a medida que avanzaban comenzó a comprender que su perspectiva
era errónea, estaban realmente lejos.
El
sol del mediodía se acercaba velozmente, y con él, la temperatura ambiente se
elevaba desprejuiciadamente. Los altos y secos pastizales desprendían a su paso,
un extraño polvillo que se metía por la nariz, impidiendo la respiración,
complicando aún más la ya difícil situación para ella.
El
paso de la rana, mecánico y perfecto, no se detenía ni cambiaba el ritmo, y por
más que quisiera, le costaba horrores mantenerlo.
Cuando
el sol estaba casi en el cenit del día, la altura de los pastos amarillentos
comenzó a disminuir y delante de ellos empezó paulatinamente a cambiar la
vegetación, pasando a convertirse en una gramilla mas húmeda, mas verde.
Cruzaron un pequeño arroyo, en el que ni siquiera se detuvieron, pero el solo
contacto de los pies con el agua fresca que descendía de las montañas, fueron
un bálsamo para sus pies, una fugaz pero refrescante instancia.
Llegaron finalmente a las
primeras rocas, al pie de las montañas, cuando repentinamente la rana se detuvo
en seco, se plantó en silencio delante de un sendero que encaraba entre las
rocas, un camino ascendente. Se quedó en silencio por un instante, sin que la
Princesa comprendiera lo que estaba ocurriendo. Ese silencio pareció eterno
para ella, y no se animó a interrumpirlo. La rana lo rompió con su extraño y
grave tono. Se dio media vuelta y la miró directamente a los ojos desde la
enorme diferencia de alturas entre uno y otro. Compadeciéndose de esta
situación, la Princesa se arrodilló frente a ella, y en absoluto y profundo
silencio la oyó hablar.
-
Este es el final de
mi camino, a partir de aquí deberás seguir tu sola.
-
Pero...., que debo
hacer, hacia adonde debo ir? Por favor, ya estoy lo suficientemente desesperada
como para que me abandones así, sin más, cuando todavía no sé que estoy
haciendo aquí, ni que es este lugar, y lo que es peor, ni siquiera se como
volver a casa que es lo que mas deseo.
-
Se paciente, y
confía en mi. Deberás seguir por este sendero hacia lo alto de la montaña. Casi
no hay posibilidades de que te pierdas, solo presta atención al camino, es
angosto y en algunos tramos peligrosos porque bordea altos barrancos, pero tu
consigna es no desviarte nunca, no entretenerte con nada, y no detenerte por
ningún motivo. Al final de él, encontrarás una simple cabaña. Allí te espera El
Profeta, con el encontrarás la respuesta a muchas de tus dudas, y si tienes
suerte y eres lista, también encontrarás el camino de regreso a casa, y lo que
es mejor, el de vuelta a la vida para la que fuiste asignada.
Sin una sola palabra, sin titubear ni
despedirse, la rana dio media vuelta y comenzó a desandar el camino que los
había traído hasta allí, dejándola en medio de una profunda desolación. Se
sentía abandonada, desorientada. No sabía si realmente quería seguir con esta
tonta e increíble historia absolutamente fantástica, absurda por donde se la
mirara, e incomprensible en toda su extensión. La vio alejarse para perderse
rápidamente tras el primer recodo del camino. Sin mover su cuerpo, dejó caer su
cabeza y cerró los ojos. El desaliento la había ganado, sin fuerzas,
absolutamente quebrada física y moralmente, hubiera preferido morir antes que
tener que enfrentarse a esta decisión. Así pasaron dos o tres minutos, mientras
su fortaleza interior, la fue llevando a comprender que la salida mas lógica
era encontrar las respuestas que tanto necesitaba para volver a su amado
jardín, ese lugar que la viera crecer, donde vivió la casi totalidad de sus
aventuras infantiles, y la totalidad de sus sueños de juventud, el mismo que la
vio elevarse en sus días de amor, y el que se regó con las lágrimas de dolor
que siguieron a su risa enamorada.
Recorrió
aquel sendero finalmente, con determinación, y lo sintió mas corto que lo
esperado. Ascendió a paso lento, pero firme y constante, badeó profundas
cañadas y aunque por momentos se puso difícil, cuando volteó la cabeza por
primera vez, para ver cuanto había dejado atrás, se dio cuenta de lo mucho que
había andado. Mentalizada en los dos largos tramos recorridos tras los pasos de
su extraño anfitrión en este por demás extraño mundo, no había notado que a tan
solo treinta o cuarenta metros mas adelante, sobre una pequeña curva que el
sendero torcía hacia el lado interior de la cara de la montaña, bajo un pequeño
grupo de árboles, una pequeña y casi inhóspita cabaña se erguía misteriosa y
parecía abandonada. Se quedó un momento paralizada, observando aquel paisaje,
esperando a que algo sucediera, algo que le diera la pauta de lo que debía
hacer. Pero nada sucedió, ningún sonido anunciaba la presencia de vida dentro
de esa construcción antigua y semi derruida. Pensó que seguramente estaba
deshabitada, o su morador no se encontraba allí en ese momento. Y a pesar de que
sus músculos nunca le obedecieron, tuvo la intención de darse la vuelta y
correr tras la rana para explicarle que allí no había nadie, y preguntarle que
debía hacer. Esto con la esperanza de no tener que enfrentarse a la idea de
entrar a ese lúgubre lugar. Pero otra vez mas, la conciencia le demandó calma,
y en ese instante de sosiego, decidió acercarse cautelosamente. Volvía a sentir
ese temor que había conocido cuando despertó en medio de la oscuridad, al
comienzo de este sueño, que mas bien era una locura de la que esperaba
despertar lo antes posible.
Con
paso lento, extremadamente cauteloso, se acercó haciendo un rodeo, saliéndose
del sendero para bordear la casa, tratando de percibir algún signo de vida a
través de alguna de las pequeñas ventanas de las paredes laterales. La única
puerta permanecía abierta, pero la oscuridad interior no le permitía ver
absolutamente nada, solo alcanzó a percibir el titilar de una luz seguramente
producida por las llamas de un pequeño fuego encendido. Logró llegar hasta una
de las ventanas, que también abierta, le permitía ver el desolado interior,
pero ningún signo de vida aparecía.
Cada
actitud, estaba precedida por un largo titubeo, en realidad no sabía que hacer,
no tenía la mas mínima idea de cómo proceder, un temor constante acompañaba
cada paso, y su estómago parecía una dura piedra de nervios contracturados al
punto de dolerle agudamente. Decidió seguir con la investigación, había hecho
demasiado ya como para abandonar en este momento, y la imagen del jardín de su
casa, le daba fuerzas para tratar de recuperar aquel que era su espacio
natural.
Al
pasar por la ventana en dirección a la puerta de entrada, se agachó con la
intención de que si hubiera alguien en su interior no se percatara de su
presencia. Se acercó cautelosamente, asomándose apenas para poder espiar el
interior, pero así y todo, no lograba ver nada. Con paso mas lento aún se paró
frente a la puerta. Allí se quedó otro momento, que le pareció una eternidad.
Sabía que debía entrar, pero un frío agudo y profundo le recorría la espalda, a
la vez que la traspiración nerviosa mojaba todo su cuerpo. Dio dos pasos hacia
el interior, su vista comenzaba a acostumbrarse a la penumbra del lugar. Las
luces que viera desde el exterior, provenían de un pequeño fuego que tenue,
ardía en el centro del único espacio que componía la vivienda. Adivinó un
camastro sobre la pared derecha, una rústica biblioteca a continuación de este,
y otros objetos que no identificaba y de los que solo veía un esbozo de su
cuerpo. Sobre la pared izquierda, una mesa con una única silla, un pan que
fuera trozado con la mano, un vaso de agua por la mitad y algunos utensilios de
cocina. Una alacena coronaba una vieja cocina a leña. Frente a ella, tras las
llamas que ardían suavemente, un bulto que mas bien parecía una montaña hecha
con frazadas o mantas, y mas atrás, tres inciensos encendidos perfumaban el
lugar.
El
sonido de los leños ardiendo comenzó a agigantarse en medio de ese silencio
mortal que la envolvía, silencio que se vio abruptamente interrumpido por el
agudo grito que lanzó al ver que la supuesta montaña de mantas se movía
suavemente. Aquella sombra no era otra cosa que un hombre que había permanecido
inmóvil todo este tiempo. No solo fue un grito, sino también un salto de dos
pasos retrocediendo. Pánico es la única palabra que puede expresar lo que
sintió en aquel momento, pero aún así, luego de los pasos que retrocediera, se
quedó allí parada, mas inmóvil que nunca.
El
hombre levantó la cabeza, que mantenía cubierta por una especie de túnica de
color oscuro, tan oscuro como las sombras del lugar. La miró directamente a los
ojos, y por primera vez desde que cayera en este mundo, vio un rostro humano.
La luz de las llamas, iluminaron un par de ojos intensamente claros que a pesar
de la firmeza con que la miraron, no le dieron otra sensación que no fuera de
calma. Aquella mirada carecía en absoluto de maldad, llevaba consigo el símbolo
de la quietud, la paciencia y la sabiduría. Se sentía segura de esta
apreciación, y eso la tranquilizó profundamente. En su interior comenzó a
gestarse una sensación de relajación que la recorría sin premura, pero
certeramente. Cada músculo se fue aflojando paulatinamente, hasta casi dejarla
caer como si hubiera perdido las escasas fuerzas que aun le quedaban..
La
voz del hombre en las sombras, sonó profunda y suave a la vez, segura e
imperativa en un mismo gesto. Le pidió que se sentara y nunca dudó en hacerlo,
nunca hubiera podido resistirse a la orden.
El
Reino de los Sueños
Mimetizada por el hálito
de paz interior que el Profeta despedía, por el profundo silencio apenas
quebrado por el sonido de las llamas ardiendo en el centro de la habitación, al
igual que él, bajó su cabeza, cerró los ojos, y se dejó llevar hacia su
interior, alcanzando un estado de meditación profundo. No podría definir cuanto
tiempo pasó en esa situación, pero tenía muy claro que tenía ante sí, toda su
vida entera, vista como si fuera un enorme álbum de fotografías, a las que
podía ver una a una con total independencia de criterio, tal como si no fuera
ella misma la de las imágenes. Paralelamente, este intensamente extraño mundo
en el que se hallaba, empezaba a conformarse como una extensión de su mundo
real, de aquel en el que había vivido hasta entonces. De allí la familiaridad
que había sentido al caer en él, aunque aun no tenia la mas remota idea de cómo
había ocurrido aquello. No le importó en aquel momento, solo se dejó ir, más y más
hondo cada vez. Todo su entorno era una sola sombra, tal como la entrada a este
mundo, y en el centro de esta imagen esfumada, percibía apenas iluminadas, las
figuras de ambos, sentados alrededor del fuego.
La voz del Profeta sonó
profunda y suave, tanto, que en ningún momento la sorprendió, y mucho menos,
logró sacarla de su estado de meditación, lo que luego agradecería, porque ella
misma estaba experimentando una sensación de plenitud que había olvidado hacia
ya mucho tiempo atrás.
El hombre dijo entonces:
-
Existen dos mundos
para cada hombre y mujer. Uno de ellos es el Reino de lo Material, el mundo consciente, el de las pequeñas rutinas cotidianas, el mundo tangible, aquel que
fácil e involuntariamente compartimos con todo nuestro entorno, en muchas
ocasiones aun sin desearlo. Este mundo nos provee los elementos necesarios para
alimentar a nuestro cuerpo de las necesidades carnales. Es el mundo que
llevamos a flor de piel, el que recordamos con mayor facilidad. Es el espacio
que ocupamos en este planeta, mientras permanecemos en él. Hay una extensa
vegetación de posibilidades dentro de él para armarnos una vida placentera o
una difícil de sobrellevar, y tenemos la oportunidad de acercarnos a uno u otro
de los extremos, según las condiciones en las que hallamos nacido y lo que
sepamos cosecharnos con nuestras propias manos e ingenio. Los resultados que
obtengamos no tienen relación directa con la calidad de vida que alcancemos,
pero este es un precepto que difícilmente comprenda la mayoría de los
habitantes, por eso se han desarrollado técnicas viles y crueles para llegar a
objetivos vanos e innecesarios. El deseo de posesión de una riqueza material,
afiló muchas armas, causó inimaginables dolores entre los hombres, y la
historia desborda de ejemplos. Hemos casi perdido nuestra capacidad de amar en
este mundo. Casi la totalidad del día la pasamos obrando en pos de riquezas
materiales, formas de vida vacías de contenido, pero pobladas de infames e
inútiles comodidades, que nada nos darán a la hora de reclamar verdadero amor,
el que puede encontrarse aún mas fácilmente, si nos mantenemos al margen de
esta carrera hipnotizante, de esta locura falaz.
Paralelamente
a este mundo, habitamos, casi en un estado de inconciencia total, el Reino de
lo Espiritual. Un espacio intangible, donde desnudos de materialismos,
caminamos por el mismo sendero sin ser vistos ni reconocidos, donde los valores
que nos elevan o nos derrotan, distan diametralmente de los del otro mundo.
Allí, somos siempre uno, únicos, y el individualismo es una condición
indiscutible. Las leyes que gobiernan este espacio, no están escritas, solo se
transmiten de generación en generación, a través de conceptos y aprendizajes,
de experiencias, de vivencias que son siempre particulares a cada uno, aún
cuando sean experiencias compartidas. Nunca dos miradas ven el mismo paisaje,
aun estando en el mismo sitio y al mismo tiempo.
Nacemos
en este mundo al mismo tiempo que en el otro, pero a este llegamos en un estado
de absoluta indigencia espiritual, y las riquezas que alcancemos, dependen
exclusivamente de nuestros sentimientos, nadie nos ha de regalar nada, ni
podremos dar nada de lo que obtengamos, solo nos es dado utilizar cuanto
consigamos, solo eso.
El
espacio de tiempo de que disponemos para habitar el Reino Material, es
inversamente proporcional a la conciencia que alcancemos de la existencia de un
Reino Espiritual. Terminado este tiempo, simplemente desaparecemos de la vista
los que compartieron ese tiempo con nosotros, convirtiéndonos en parte orgánica
del planeta, alimentando otras formas de vida.
Los
tiempos en el Reino de lo Espiritual tienen parámetros absolutamente dispares
al anterior, allí no existen agujas en los relojes, conocemos nuestra entrada a
él, pero nunca sabremos de nuestra salida. En este mundo, la muerte se llama
olvido, por lo que existe la posibilidad real de alcanzar la eternidad, si
logramos hacer de nuestra existencia un dogma que persista y se transmita a
otras vidas. De ese modo, nuestra espiritualidad pasará de generación en
generación, haciéndonos eternos y a la vez útiles para que esas otras vidas
lleguen a tocar el cenit de nuestra propia existencia. Cuenta una antigua
leyenda, que existen ocho puertas que debemos sortear para lograr la entrada a
ese Paraíso donde tenemos la posibilidad de perdurar en el tiempo. Solo la
posesión de las ocho virtudes, obrarán de llaves para abrirlas, y si las
poseemos nos habremos asegurado la vida eterna. La Primera Virtud es la
Paciencia, la Segunda, la Comprensión, la Tercera la Bondad, la Cuarta la
Compasión, la Quinta la Fidelidad, la Sexta la Gratitud, la Séptima la Fe y la
Octava, el Amor.
El difícil balance entre el bien y el mal,
también se da en el Reino Espiritual, por lo que no es difícil encontrar
aberraciones de las que tanto abundan en el Reino Material. Del mismo modo, en
este último, es perfectamente factible encontrar hermosas vidas, que han
logrado superar los estigmas del materialismo, y alcanzado un equilibrio que
seria la envidia de muchos de los Iluminados, que son los poseedores de al
menos siete de las ocho llaves que abren las puertas del Paraíso.
Hace
60 lunas, uno de los Iluminados, un caballero llamado Sir Galant, dueño y señor
de la Comarca de los Encantos, que había en buena ley alcanzado la posesión de
la Séptima Virtud, y ante la dificultad de alcanzar la Octava, lo que le daría
entrada indiscutible al Paraíso, se dejó tentar por la Diosa de la Avaricia y
una noche, a las sombras de una Luna Nueva, montado en su negro caballo, logró
cruzar furtivo, las fronteras del Reino Espiritual, y salió de cacería por el
Reino de lo Material, donde sus esclavos le habían señalado a la poseedora de
la Octava Virtud, El Amor. Ella era una princesa frágil y fresca como el rocío
de una mañana de primavera, que sin saberlo siquiera, poseía no solo esa
virtud, sino las restantes siete, pero en su inmensa modestia, jamás se le
había ocurrido pensar en el valor que estas tenían.
Poseedor
de una extrema habilidad en el uso de las armas del Encanto, dado que se había
criado en esas tierras, logró alcanzar el corazón de la Princesa, se hizo
fuerte en él, y lo habitó por 24 lunas, y cuando se sintió seguro de su botín,
una hermosa tarde de principios de diciembre, cuando los tilos floran por
primera vez perfumando dulcemente los últimos días de la primavera, sin
compasión alguna, hundió una fina y brillante daga de plata en el pecho de la
Princesa, robándole la Octava Virtud y huyendo sin dar vuelta su mirada ni una
sola vez.
La
Princesa, herida de muerte, sangró su agónico dolor por larguísimas 36 lunas,
hasta que el caballero fue capturado, juzgado y condenado a devolver las ocho
virtudes, confiscándolo a vivir el resto de sus días en el Reino Material, sin
la posibilidad de regresar ya nunca mas, al Reino Espiritual.
La
Ley Nunca Escrita, que gobierna estas tierras, está en este momento, intentando
hacer justicia en este caso, y por mi intermedio, se te está dando la
oportunidad de recuperar la Octava Virtud, ya que tú eres la Princesa de la
historia. Para ello, y en un acto absolutamente fuera de las costumbres y
tradiciones, se te ha traído hasta aquí, a través del País de las Sombras,
facilitándote todos los medios, para que vuelvas a poseer esta hermosa virtud,
y para que recuperes la bellísima vida que tenías antes de la llegada de Sir
Galant a tu corazón.
La
Cueva del Hierofante
En el Reino
Espiritual no existían los relojes, pero de haberlos, estos hubieran marcado
muchas horas desde la llegada de la Princesa a la modesta casa del Profeta. La
noche pintaba el marco de la ventana, de un tenue ocre, señal de enorme luna
dorada. La quietud del lugar todo lo envolvía, y las llamas permanecían
encendidas sin la más mínima señal de que fuera a extinguirse.
La
Princesa había escuchado el extenso relato sin inmutarse, reconociendo desde la
primera palabra, que se trataba de su propia historia. El Mantra que la llevó a
ese estado de meditación profunda, había sido la mirada del Profeta, aquellos
ojos claros y profundos, que hablaban sin palabras.
Se
hizo parte de aquel silencio, de aquella hermosa quietud que le daba esa paz
interior que tanto había ansiado recuperar, y que por más que intentara, no
lograba desde que aquella afilada Daga de Plata, tocara su tierno corazón.
El
tono calmo de la voz del Profeta, puso fin a aquel profundo silencio.
-
Fuiste traída a
este mundo, a través del Umbral de los Sueños, pero deberás regresar al Reino
Material, por tus propios medios, y nadie podrá ayudarte en esta parte del
camino. La distancia hasta el Portal que separa ambos mundos no es grande, ya
que ambos coexisten en un mismo espacio y a un mismo tiempo, pero tendrás que
sortear un último peligro, que pondrá a prueba la Séptima Virtud, la Fe. Una
enorme fiera llamada Hierofante, custodia el Portal, y para cruzarlo deberás
recorrer la cueva en la que habita la bestia, a cuyo final se encuentra el paso
que divide ambos mundos. No hay mapas de la cueva, ni luces en su interior.
Ninguna habilidad material te sacará de allí, solo la Séptima Virtud lo
logrará, y esa es toda la ayuda que puedo darte, el resto depende de ti. Si
logras trasponer el Portal, y llevar al otro lado el Talismán que en este
momento ato a tu cuello, habrás recuperado tu vida tal cual maravillosamente
moldearas. Deberás estar del otro lado antes de que la luna de esta noche se
haya ido, en caso de que no lo logres, serás devuelta por nosotros al Reino
Material, pero ya nunca mas tendrás la oportunidad de recuperar la Octava
Virtud, o lo que es lo mismo, ya no podrás volver a amar nunca más, y tus días
serán vacíos, tus mañanas grises y en las noches morirán los días vacíos de
esperanza. Recuerda bien, y confía en mi palabra, solo la Séptima Virtud te
devolverá a tu Jardín, solo así recuperarás la sonrisa que hermosamente ilumina
tu rostro, y solo así volverás a ser amada.
Había escuchado la última
parte del aterrador relato con la cabeza en alto, pero aún mantenía sus ojos
cerrados. Un hilo helado le recorría la espalda, un hilo de temor que se hizo
realidad en la expresión de su rostro.
Volvió
a bajar la cabeza, sin abrir aún los ojos, y volvió ser parte de ese profundo
silencio que inundó la habitación completa cuando el Profeta calló, y volvió a
su profunda meditación.
Se
despertó nuevamente en las sombras de la noche. Ya no estaba en la cabaña, y
tampoco se preguntó esta vez, como había llegado hasta allí, solo abrió
lentamente los ojos, esta vez sin la sensación de sorpresa que tanto la afectó
en su entrada al País de las Sombras. El paisaje que tenia frente a sí, no era
demasiado distinto al que rodeaba la casa del Profeta, seguramente no estaría
demasiado lejos de él.
Por
un momento, volvió a sentir aquella sensación de familiaridad con todo aquel
lugar, en el que nunca había estado antes, pero que sentía como propio.
La
enorme luna dorada, iluminaba a pleno aquel valle que a sus espaldas se abría,
mostrando un horizonte lejano, recortado por las copas de los árboles del
bosque por el que llegara. A su frente, la cadena de montañas, se pintaba de sombras
que la luz de la luna administraba. Sobre la cara sur de la montaña más
próxima, se abría descarada la entrada a una cueva de enormes proporciones. No dudó
de que aquella fuera la cueva de la que le hablara el Profeta, y el tamaño de
la entrada le daba una espantosa idea del tamaño de la bestia.
Caminó
la corta distancia hasta la entrada de la Cueva del Hierofante a paso lento. En
el trayecto no hizo mas que balancear la posibilidad de quedarse simplemente
sentada a la intemperie de la noche, esperando a que saliera el sol, para luego
ser devuelta al Reino de lo Material, aun cuando perdiera la última ocasión que
tenía de poner fin a su ya insoportable forma de vida, aun cuando debiera morir
de tristeza y soledad, lo que sabía ocurriría a corto plazo si no recuperaba su
capacidad de amar y ser amada.
Sin
que llegara a una conclusión, llegó a las puertas mismas de la cueva, y estando
allí no dudó en intentar el cruce hasta el Portal, la Séptima Virtud seguía
siendo suya.
A
cada paso que la internaba en la cueva, la oscuridad se hacía más densa, y un
hedor espantoso a desechos y podredumbre, la envolvía y apresaba. Camino a
tientas, temblando, sumida en un terror insoportable. Tocaba las paredes
mojadas por la humedad, sin dejar de tropezarse con irreconocibles obstáculos.
La respiración se volvía cada vez más agitada, casi ahogándose de tanto
inspirar aquel nauseabundo olor. Las piernas tambaleantes apenas podían sostenerla
en pie, y la idea de tocar al animal que imaginaba espantoso y mortal, la
hacían tiritar y caer en un horror incontrolable, a un suspiro de un grito de
desesperación.
Su
cuerpo y su espíritu se hallaban decididamente separados, el uno padecía todas
las sensaciones de un profundo terror, mientras el otro se mantenía firme en la
convicción de preferir morir en manos de la bestia a terminar sus días, vacía
de vida, vacía de amor. A todas luces prefería esta muerte violenta y veloz, a
la otra lenta y dolorosa.
En
lo más profundo de su espíritu, la llama de una pequeña vela iluminaba apenas,
un sentimiento que casi no recordaba, y que sentía haber recuperado, la Fe. Fe
en que podría lograrlo, en que su corazón aún herido y sangrante tendría la
fuerza necesaria para mantenerla en pie hasta llegar al otro lado. Sabía
perfectamente que si se aferraba a aquel sentimiento, la distancia se acortaría
y el tiempo apuraría el deseado final.
Sumida
en estos pensamientos, no tomó en cuenta la distancia que recorría, pero la
sacó rápidamente de esas cavilaciones, un bufido grave y potente, que la
envolvió en un aire caliente y nauseabundo. Sintió a la vez una repugnancia que
casi la hace vomitar, pero en un último aliento, a ciegas totalmente y envuelta
en una sensación de horror indescriptible, se lanzó a correr con el resto de las
escasas fuerzas que aún le quedaban. Sabía que estaba pasando por debajo de la
bestia, que solo le costaría un mínimo movimiento para atraparla y ese sería un
rápido final.
Corrió
a ciegas, sin dirección alguna. En tres ocasiones se golpeó fuertemente contra
las paredes de la cueva, cayéndose contra un suelo rocoso que la lastimó
profundamente, y le hizo perder el sentido de orientación, pero aún sin saber
si estaba corriendo en la dirección correcta o estaba retornando sobre sus
propios pasos, siguió sin detenerse, apenas aferrada a esa pequeña llama que
iluminaba el único punto de esperanza que le quedaba, la Fe de que podría
lograrlo.
Profundamente
golpeada, con el corazón latiendo a tope, sin aire y sin dirección a seguir, se
abalanzó sobre las últimas fuerzas de que disponía, en un intento desesperado
por alcanzar la salida. La bestia se movía a sus espaldas, pero no podía captar
qué tan cerca se encontraba. Dio dos saltos en las sombras sin saber a donde
caería, y al final del segundo dio de lleno con sus manos que mantenía siempre
delante de su cuerpo tratando de adivinar el camino, contra una pared
cruelmente dura y musgosa. Cayó de espaldas, y su primer sensación luego del golpe,
fue que este sí sería su final, la bestia la tendría a su disposición en dos o
tres segundos a lo más. La pequeña llama de la Fe en supervivir a la indeseable
experiencia, titiló un poco mas fuerte aún, y de un salto se incorporó, tocó la
pared que tenía enfrente, y sin dudarlo giró hacia la izquierda, ya sin
fuerzas, era una hoja seca en una ventisca otoñal, solo la confianza la guiaba.
Ya no podía correr, sus piernas no respondían a la orden de hacerlo, solo atinó
a caminar lo mas velozmente que pudiera. Con una mano recorriendo la pared
lateral de la cueva, se guió para no volver a golpearse, porque sabía
perfectamente que si volvía a caer, ya no tendría otra oportunidad. Caminó así
tal vez diez o doce metros mas, hasta que casi sin notarlo en un principio,
comenzó a ver como la oscuridad se transformaba en penumbra, y ésta en luces
del alba. El corazón a saltos desesperados, le dio el último aliento, y ya sin
tocar las paredes, ordenó violentamente a sus piernas una última carrera.
Corrió ese último tramo, respirando el asqueroso aliento del Hierofante que en
pocos pasos mas la alcanzaría. Junto con su alicaída esperanza, la luz iba
creciendo a cada paso, y las formas de la cueva eran cada vez mas claras.
Enceguecida por el brusco pase de las sombras a luz, entrecerró los ojos,
adivinó el último tramo de la cueva. Aún con los ojos casi totalmente cerrados,
puso su último aire en las piernas, y corrió desesperada.
La
luz de la mañana era tan intensa, que a pesar taparse los ojos con los brazos,
le era imposible saber adonde estaba....
La
Mañana
Tirada boca abajo
sobre una grama tierna y aromática, su cuerpo temblaba de temor y de cansancio.
El perfumado césped le decía que estaba fuera y lejos de la Cueva del
Hierofante, y el perfume de aquellas pequeñas flores le era tan familiar, pero
ciertamente no sabía donde se encontraba. De cualquier manera, cualquiera fuera
el lugar, allí se quedaría, porque no tenía un solo aliento mas para seguir.
Permaneció
allí, dejándose calentar su hermoso y maltratado cuerpo por el sol de aquella
mañana, simplemente se entregó, se dejó llevar, cerró los ojos y sin tiempo ni
espacio que la tocara, poco a poco se entregó a si misma, se metió lentamente
en su propio ser, y volvió a ver pasar ante si, algunas de aquellas imágenes de
su vida.
Cuando
abrió los ojos, la sombra de un hermoso árbol la cubría, y el perfume, aquel
simple y hermoso perfume, le dijeron sin palabras, adonde estaba.
Se
sentó sobre el fresco césped de su jardín, y no le sorprendió en absoluto ver
frente a ella, al Vagabundo, aquel al que nunca había visto a la cara, aquel que
llegara de tierras lejanas.
Permanecía
aún allí sentado, como si no hubiera ocurrido absolutamente nada, apoyado sobre
el tronco del frondoso paraíso de pequeñas flores de color lila, un halo de
tranquilidad todo lo envolvía.
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