Orillas del Elba
Era una antigua ciudad construida en la ladera de una montaña en medio de un bosque de altos árboles, sus calles marcaban permanentes subidas y bajadas. A uno de sus lados corría un pequeño río, el monte había sido respetado sin dudas, porque la arboleda era profunda e intensa. El clima de montaña, frío y húmedo reinaba casi todo el año, poco, realmente muy poco sol, le daba un aire de pueblo checo como los que se ven viajando en tren de Berlín a Praga, bordeando el rio Elba. Las casas eran antiguas, mohosas pero cuidadas, las había señoriales con parques al frente, bordeadas por un paredón bajo con rejas, y las había más pobres, la mayoría con una altísima puerta de madera de dos hojas por la que desde la calle se accedía a un largo pasillo, y pequeñas puertas laterales que daban a modestas viviendas en forma de departamentos de propiedad horizontal. Por alguna razón que desconozco, me veía perseguido por un ejército que intentaba capturarme, y del que huía permanentemente. Mi g