Orillas del Elba


Era una antigua ciudad construida en la ladera de una montaña en medio de un bosque de altos árboles, sus calles marcaban permanentes subidas y bajadas. A uno de sus lados corría un pequeño río, el monte había sido respetado sin dudas, porque la arboleda era profunda e intensa. El clima de montaña, frío y húmedo reinaba casi todo el año, poco, realmente muy poco sol, le daba un aire de pueblo checo como los que se ven viajando en tren de Berlín a Praga, bordeando el rio Elba. Las casas eran antiguas, mohosas pero cuidadas, las había señoriales con parques al frente, bordeadas por un paredón bajo con rejas, y las había más pobres, la mayoría con una altísima puerta de madera de dos hojas por la que desde la calle se accedía a un largo pasillo, y pequeñas puertas laterales que daban a modestas viviendas en forma de departamentos de propiedad horizontal.
Por alguna razón que desconozco, me veía perseguido por un ejército que intentaba capturarme, y del que huía permanentemente. Mi grupo era ecléctico e indescriptible, desarmado y valiente, había unos pocos hombres y algunos niños (creo que se trataba de mis hijos), silenciosos y confiables, que ayudaban en la huida. En todo momento intentaba salir de la ciudad, pero el ejército estaba por todas partes, tendiendo celadas, cerrándome el paso. En ocasiones, corría por las calles desiertas, en busca de una salida, pero siempre debía encontrar alternativas a mi plan de escape, porque sentía que los soldados sabían por donde iba a intentar la huida. Estuve a punto de ser apresado en un par de ocasiones, pero la ayuda de mi grupo me salvó de ese fin. Estaba cansado, sucio, hambriento y desarmado, pero aún así, tenía suficiente energía para seguir con vida, sentía que en el fondo de mi ser, había un excelente motivo para seguir luchando. Había planeado cruzar ese río, nadando debajo de una mata de ramas que fingirían ser arrastradas por la corriente, sabía que debía mantener la calma y dejarme llevar cuesta abajo, sin apresurar el cruce para no ser descubierto, sabía también, que iba a pasar a centímetros de los soldados, que no debía desesperar ni sentir temor, eso me salvaría. Pero era casi imposible llegar hasta el río, las calles estaban celosamente controladas.
Pasaba esa noche en una de esas pequeñas viviendas donde la gente modesta del pueblo me daba protección, durmiendo en camas compartidas con la familia, donde había algunos niños. De pronto, alguien me avisa que había buenas noticias en la puerta de calle, así que corrí hasta allí, pero se habían adelantado una mujer con sus hijos, parte de una familia de este condominio. Abrieron la puerta sin cuidado alguno, y se vio claramente que se trataba de una emboscada, así que cerré la puerta de un empujón, y todos corrimos por el largo pasillo, mientras las personas que intentaban ayudarme, se iban metiendo en sus casas. Corrí velozmente hasta el final de las viviendas, allí había una escalera que daba a uno de esos departamentos en el piso superior. Dentro de él, una gran familia dormía en el único cuarto, en medio de la penumbra de la noche, solo iluminada por la luz de la luna que entraba por las ventanas sin persianas ni cortinas. Desde ellas, se vía justo debajo del edificio, correr al Elba que bordeaba la ciudad. El ejército había logrado derribar la puerta de entrada, era un encierro definitivo, porque la altura desde la ventana hasta el rio era garantía de una muerte segura para quien intentara saltar desde allí. Nos escondíamos detrás y debajo de las camas, pero era un intento estúpido, estábamos realmente rodeados e indefensos. Uno de los niños de la casa, me arroja algo por debajo de las camas, y me dice que lo envía su padre para ayudar, pensé que se trataba de un arma, o algo así. En medio de las sombras de la noche, tanteo el objeto tratando de averiguar de qué se trataba, y me sorprendió mucho descubrir que era un auto de juguete, nunca entendí el sentido de ese acto. Se acercaba el final de la huida, y no tenía la menor idea de lo que pasaría, pero nada de lo que ocurriera se veía bien. Uno de mi grupo se asomó a una de las ventanas que daban al fondo del condominio, y en una mezcla de susurro y grito, nos avisa que un pequeño grupo de hombres estaban cruzando el río a caballo, venían en nuestra ayuda para tratar de liberarnos, y que ese grupo estaba comandado por tres reyes. En medio de mi asombro, me asomo a la ventana y veo que apenas cruzado el curso de agua, bajaban de sus caballos los hombres de este pequeño grupo, y verdaderamente, al frente de ellos, se veía con claridad a pesar de la penumbra, que había tres reyes de larga cabellera, corona y una enorme capa.

Me desperté en ese momento, por tercera vez en la noche, hacía menos de dos horas que me había acostado, y como generalmente tengo buen dormir, estaba molesto con este sueño que me perseguía detrás de cada angustiado despertar, pero esta vez había decidido quedarme despierto un rato para que pasara y olvidar la historia. Como cada noche, el celu encendido se cargaba al lado de la almohada, una vieja costumbre a través de la cual tal vez mi inconsciente espera una llamada. En el intento de despegar de ese sueño, me siento acomodando dos almohadas sobre la pared, miro por la ventana siempre abierta, afuera la noche estaba clara, aunque se avecinaba una tormenta. Me llamó la atención, la luz titilante en el móvil que indicaba la llegada de un mail. No solo por curiosidad, sino con el fin de despertarme bien antes de volver a dormir, abrí el mail y en ese momento, sentí que el ejército que me perseguía lograba su cometido y me capturaba.
El mensaje traía tus palabras, siempre cuidadas y prolijas, bien pensadas cada una de ellas, con la intención de no herir, evitando claramente verte comprometida, pero frías como el filo de una navaja, eran las aspas del molino que por enésima vez volteaban a Don Quijote de su fiel Rocinante. Leí con desesperada avidez, sentí como si tragara la cena con angurria, de un bocado, luego de una larga hambruna, y al igual que en la vida real, sigo sin saber con certeza cuánto hay de cierto en esas palabras, cuanto de auténtico en mi modo de sentir, cuanto de imaginario, cuanto de deseo, cuanto de sentimiento reprimido, cuanto de amor, cuanto de ceguera, cuanto de lucidez, cuanto de  intuición, cuanto de estupidez, cuanto de dolor.
Sigo prisionero aún, y sin saber el motivo de mi captura, pero ahora tengo bien claro cuál será mi  condena. 

Afuera, la mañana ya era dueña de mi ventana, y me dejé llevar......

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