Fotografias para leer
Sentada frente a la compu, la mirada fija en el monitor
mirando la nada sobre una hoja en blanco, las manos sueltas sobre el teclado,
con un profundo deseo de escribir lo que siente, deja pasar los minutos, las
horas y los días sin articular una sola frase. Es que no encuentra como
describir a la nada misma, no puede darle cuerpo a lo que no lo tiene, un
inmenso vacío, un desierto interminable, un profundo agujero que no se llena
con nada.
Las noches pasan una tras otra pegoteándose entre sí,
haciéndose una sola, profunda, oscura y silenciosa. Afuera, la calle sigue tan
quieta como ayer, como anteayer, y todas las noches anteriores. Los días, son
flashes que con su luz apenas le dejan la mínima oportunidad de despertar, y en
la mayoría de ellos no lo logra. La noche vuelve rápidamente, y las luces de
los edificios vecinos, inmóviles y rutinarias, vuelven a pintarse sobre los
vidrios de su ventana.
Fuera de su mundo, la radio canta siempre las mismas
canciones y cuenta las mismas historias. Su vida de los últimos meses se ve
como un inmenso pastel volcado boca abajo, todos los sabores mezclados,
inutilizado definitivamente, dulce y frustrante.
Lejos, muy lejos de ella, su corazón apenas late sobre
oscuras historias imaginarias, mientras tanto, bajo Puente Saavedra duerme su alegría una
anestesia de la que no logra despertarla. La cirugía ya terminó, ya fue
extirpado el dañado motor de todas sus sonrisas. Qué más da ahora?
En su mente se repiten, una y otra vez, las palabras de
Eduardo Galeano:
“Estamos en plena
cultura del envase. El contrato de matrimonio importa más que el amor, el
funeral más que el muerto, la ropa más que el cuerpo y la misa más que Dios.”
Vuelve a doblar cuidadosamente, pliegue a pliegue, su largo
vestido blanco, ícono de todos sus sueños muertos, lo acomoda en la amplia caja
de cartón sabiendo que no lo vestirá jamás, apaga la compu, y se deja caer
sobre la cama. Otra noche solitaria la acompañará.
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