Los Viernes me Enamoro....


El primer timbre sonó apenas pasadas la nueve de la noche, el cuarto cerca de las once y treinta, a medianoche los Cenadores íbamos por la tercera copa de malbec, mientras “Los viernes me enamoro”, de The Cure sonaba en la compu que nos acompañó hasta el último momento. Los temas preocupantes se trataron al principio, hablamos de los problemas de un amigo, hablamos de cada uno de nosotros, pero toda la tormenta amainó cuando nos dimos cuenta de que aunque somos tan distintos unos de otros, encontramos en cada lunes una razón para desear estas cenas que ya llevan años de reunirnos. Las risas vinieron solas, y se quedaron con nosotros el resto del tiempo. El sushi llegó a tempo, y fue excelente motivo para cambiar los vasos de cerveza que sirvieron para la picada, por las copas de vino. Las voces altas de Julián, los gestos grandilocuentes de Miguel, los tonos bajos y apaisados de Tony, los ojos saltones de Martín y mis comentarios que siempre me dejan al borde del abismo, fueron el plato principal de esta cena. El tener que levantarse temprano de algunos no fue motivo suficiente para irse temprano, mientras yo pensaba en mi vecino, y lo poco que me importaba que unos días antes no tuviera motivos de queja por el alto volumen de la música, y que mañana tal vez se anime a hacer algún comentario al respecto de las risas y las voces altas.
A las dos y media, mientras Bjork suena lejana, me siento a escuchar este silencio que me quedó entre las manos, esta soledad, dulce y encantadora, que tanto me invita a hablar conmigo mismo, que no me da oportunidad de irme a dormir sin antes repasar mi día, que indefectiblemente me lleva de la nariz a los cotidianos lugares comunes, que me hiela por dentro y me desarma sin piedad, que me enoja, me desencanta, me atemoriza, me inspira y me duele. Cuanto tiempo hará falta para purgar esta condena? Cuanto camino habré de andar antes que termine este gélido desierto? Nunca lo sabré hasta que termine, pero mientras tanto, las luces de los edificios lejanos, que estáticas pintan mi ventana, guardan misteriosas historias y parecen dormidas ya, aunque se pueda intuir tanta vida en su interior como cada uno quiera imaginar.
Me pregunto de qué sirve la riqueza si no sabemos que la tenemos, si no nos alcanza para lo que deseamos, si de tanto tenerla no valoramos su presencia. Me pregunto si seré capaz de apreciarla antes de que me mate su ausencia. Me pregunto por qué somos tan ciegos a lo evidente, tan necios con nosotros mismos que necesitamos la ausencia para darle valor a lo que hoy tenemos.
Que no me falte un amigo cuando tenga ganas de reír, que no me falte ese hombro cuando me quiebre y sienta deseos de llorar, que siempre suene mi celu cuando esté bajón y que mi agenda tenga siempre estos cuatro nombres entre los favoritos.

Comentarios

  1. Hermosos momentos con amigos que alimentan, gratifican y enriquecen el espíritu...

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